“Todo está en la palabra… una idea entera se cambio porque una palabra se trasladó de un sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció… tienen sombra, transparencia, peso, plumas, tiene de todo lo que se les fue agregando…”
Pablo Neruda
Tratar de responder a la pregunta ¿cómo una pareja cae en una crisis? No implica analizar la relación para encontrar un culpable, sino más bien a saber cómo cada integrante de la pareja se responsabilizó para sostener la relación con el otro, cómo se las arregló cada uno para que el amor y el deseo no caigan bajo el manto de la cotidianidad, la rutina y/o el aburrimiento.
Quizá sea decepcionarte afirmar que no hay una fórmula –mágica– que garantice el éxito en la relación de pareja. Llama la atención cómo en la consulta escuchamos que muchos sujetos piensan la relación de pareja como algo dado, que se sostiene por sí sola. Como en casi todas las relaciones es necesario realizar un trabajo diario y constante movido por el deseo. Si lo pensamos como un esfuerzo por parte del sujeto –en renunciar a salidas con amigas o a jugar el partido con amigos– se trataría de una obligación movido por el deber.
Tampoco asegura, el buen funcionamiento de la pareja, el intento –siempre fallido– de hacer todo lo posible para que mi pareja piense las cosas importantes de la vida como yo las pienso o que mi pareja sienta la misma pasión que yo por el libro de poesía, por ejemplo. Esta ilusoria idea de igualdad entierra a algunas parejas en una falsa conclusión: no funcionamos porque no somos iguales o porque no nos parecemos en nada. Quizá no se trata de que el otro sea igual a uno, sino en buscar puntos de encuentros.
Es habitual que alguno de los integrantes de la pareja piense que el otro tiene que saber qué es lo que piensa, qué siente o qué quiere, pero sin pronunciarlo. Como si de una suerte de transmisión de pensamiento se tratara y a modo de reproche, dicen: Es que si me quisiera…tendría que saberlo. Cuando las palabras ceden su lugar a los gestos o a largos silencios, se olvida que lo que produce a la relación de pareja son las palabras con las que lo pienso a él o a ella, las frases que le susurro al oído y no las que callo.
Como dice en el texto de Neruda, citado al inicio, sostenemos que las palabras son más importantes que los sentimientos. Con una, dos, o cien palabras un sujeto puede manifestar un sentimiento, un estado de ánimo, con palabras puede explicar lo que siente; en cambio, el sentimiento sólo puede sentirlo un sujeto en soledad, justamente, es la palabra lo que permite vincular un sujeto con otro.
En muchas relaciones de pareja los sentimientos tienen un papel protagonista: alargan su torturaen base a un querer que tiene que ver más con el goce del sufrimiento que con el amor. Es el caso de aquellas parejas que rompen temporalmente y, retoman la relación, una y otra vez, en varias ocasiones, apoyando su decisión en una frase: nos queremos. La ruptura no ha producido ningún cambio en ellos, sino que retoman la misma relación defectuosa que tenían antes de que la dejaran.
El aburrimiento, la falta de deseo, el descuido de la relación ponen sobre la mesa quejas y reproches que conducen a interminables discusiones sobre quién hizo más por la relación o sobre quién es más culpable de la situación actual.
Quizá dichas parejas han olvidado que lo que los unía al otro era el amor, amparándose en la pesadez de la rutina familiar, en las largas jornadas de trabajo, en los hijos, en la falta de sexo, en que cada día uno se va abandonando un poco más y han perdido el horizonte en la pareja. Es decir, ambos se olvidaron del amor y del proyecto en común, traicionándose mutuamente.