¿Qué son las fobias infantiles?

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Un niño, en la oscuridad, le dice a su tía: 
—“Tía háblame, tengo miedo”.
—“Pero de qué te sirve si no puedes verme”.
—“Hay más luz cuando alguien habla”.
Sigmund Freud

No hay una edad concreta en la que comienzan los miedos, pero podemos detectarla desde muy pequeños. Es habitual y común que los niños se angustien ante personas extrañas, frente a situaciones nuevas u objetos desconocidos. La angustia es un estado afectivo muy temprano, es difícil encontrar a alguna persona que no lo haya sentido.

Las fobias en los niños
Es recomendable que los padres puedan realizar una consulta con un especialista en psicología infantil en Barcelona por el malestar que padece su hijo, en forma de angustia, temores o fobias ya que si ese estado afectivo persiste puede traerle aún más limitaciones y sufrimiento.

Podemos ubicar como las primeras fobias aquellas que tienen que ver con determinadas situaciones: fobias a la oscuridad y a la soledad. Ambas fobias pueden persistir durante toda la vida, tanto la fobia a la oscuridad como a la soledad tienen en común la nostalgia por la persona amada que cuidó al niño (la madre o quien hizo sus funciones). La oscuridad y la soledad son dos situaciones que señalan la ausencia del otro, que se puede transformar en un temor a la pérdida del objeto amado que protege al niño.
Para que un niño pueda poder estar a solas, sea para jugar, ir al lavabo o dormir, tiene como antecedente el haber estado con otros y haber incorporado su presencia. Hay niños que pueden quedar instalados en estos temores: oscuridad y soledad. En estos casos hay que considerar el grado de dependencia con el otro. No hay que descartar que esta dependencia, muchas veces, es sostenida por los adultos que no soportan que el niño se desprenda de ellos. Si se extiende en el tiempo esta dependencia, habla de una dificultad para soportar la separación.
Cuando hablamos de fobias infantiles es frecuente oír a padres que dicen: ‘no tiene miedo a nada porque no conoce el peligro’. Desde un punto de vista, pareciera que esta aseveración es cierta, porque no es difícil de verlo jugar cerca de los enchufes, cuchillos o vidrio, correrá o saltará por zonas peligrosas, querrá estar en la cocina mientras se cocina, cortar o tocar el fuego…podemos enumerar un sinfín de situaciones en las que un niño pequeño no se angustia ante el posible peligro que generan estas cuestiones. Y ¿Por qué? Bueno, tiene estrecha relación con la necesidad de otro, sea la madre, el padre, los abuelos o quien se encarguen de cuidarlo de los posibles peligros. En el ser humano no siempre funciona por ensayo y error. Si intentamos que los niños aprendan que no tienen que tocar el enchufe por ensayo y error, ¿dejaríamos que ponga los deditos en la toma de corriente? Esta cuestión plantea que la única manera que tiene un niño de vivir está dada por el conocimiento del otro sobre la preservación de la vida. Es el conocimiento del otro lo que le permite al niño ir configurando lo que puede hacer y lo que no, lo que es bueno y lo que es malo. Entonces, no se trata de que un niño no tiene miedo a nada porque no conoce el peligro, sino de que no hay conciencia de la propia existencia que lleve a temer el peligro. Es habitual que los padres hablen de la falta de miedo de sus hijos como una virtud, se trata más bien de un rasgo grave. En la medida que esos niños comienzan a tomar conciencia de su existencia, empiezan a padecer importantes terrores.
¿Qué son los terrores infantiles?
Los niños temen a monstruos, fantasmas, a un juguete cotidiano vivenciado como portador de poderes ocultos. Puede ser que un niño no tema que un autobús lo atropelle mientras camina, porque él anda por la acera, pero puede aterrarse con la hormiga o la araña -que se encuentra en esa misma acera- a la que le atribuye poderes especiales. Los temores no remiten a nada peligroso y esto lo detectamos por ejemplo, en las pesadillas donde el niño puede temer a un monstruo maligno que mata a algún ser querido, pero que al despertarse, ese temor vivido como real, desaparece.
Casi siempre el terror irrumpe desmedidamente, es la forma en que el yo –que no sabe cómo protegerse– expresa su propia angustia de aniquilamiento. El terror aparece cuando el niño comienza a tener conciencia de su propia existencia, no solamente del peligro. Ante un desborde de tinte angustioso, aparece el terror como el estado en que se cae cuando se corre un peligro sin estar preparado. Freud plantea que el ser humano se protege del terror mediante la angustia.
En principio, cualquier cosa podría ser un objeto de una fobia, pero cada persona, sea niño o adulto, “elige” de manera inconsciente el suyo, y la significación de dicho objeto será particular en cada caso. No existe una relación directa entre el miedo y el objeto, más bien hay una desproporción considerable. Es un objeto que tiene una historia significante. Es tarea de la terapia poner a trabajar esa ligazón, desplegar su discurso, para hallar el sentido de lo “absurdo” de esa conexión, de ese exagerado temor.
Los miedos
En la medida en que la angustia quede ligada a un objeto concreto: puede ser un animal (perro, serpientes, arañas, caballos) o puede ser una situación (subir en ascensor, avión o andar en bicicleta) o lugares (abiertos, cerrado), hablamos de miedos. El objeto fóbico es situado como aquello que sirve para ocultar la angustia del sujeto. Puede ser una frase significativa en la historia del sujeto, que oculta su angustia. Para taponar algo que lo angustia el sujeto encuentra en el objeto su resolución.
La fobia es un miedo exagerado e irracional a un objeto o situación particular. El niño puede padecer de angustia al ser enfrentado a dicho objeto o situación, por lo que buscará evitarlos de todas las formas posibles, mediante diversas estrategias, a veces muy elaboradas, provocando muchas complicaciones en su vida diaria.

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