Una de las mayores preocupaciones de las parejas es preguntarse si están bien o si quieren seguir juntos. Algunas mujeres cuando están en pareja piensan si ese hombre con el que vive, es o no el hombre de su vida. Si debería separarse o no de él, si lo quiere, si él la quiere, si estarán juntos toda la vida, si la desea, o si él mira a otras mujeres, si querrá tener hijos, si será un buen padre, y otras cuestiones que consume gran parte de su energía psíquica.
El camino que pueden seguir muchas parejas es el siguiente: se conocen siendo adolescentes, están unos años de novios en los que la relación puede haber sido idílica. Poco a poco, conocen a las respectivas familias, hacen planes de vivir juntos y, quizás, en un futuro tener hijos. En este recorrido, muchos creen que además de estar en pareja, tienen que hacer todo juntos. Cada uno renuncia a salir con sus amigos, para salir con la pareja y los amigos. Se da una dificultad para que los terceros (amistades, trabajo) tengan un lugar en la vida de cada uno.
En general, se asocia el tercero a tener un amante pero en la relación de pareja el papel del tercero puede ser desempeñado por un amigo, un hobby, un trabajo, algo que provoque deseo en el sujeto más allá de la pareja. El tercero va a ser en la pareja el «motor» de deseo. Si el otro no desea nada más allá de uno, si sólo mira a su pareja, el deseo cae.
Muchas parejas afirman que se llevan muy bien porque no hay discusiones entre ellos. La convivencia es aparentemente buena y cordial. Pero esa ausencia de discusiones puede ocultar una ausencia de conversaciones. Parejas que se sumergen en la ilusión de saber qué piensa o qué siente el otro sin decirlo, caen en el registro de lo gestual, de la imaginaria interpretación de las caras. En las mujeres es muy habitual escuchar “Es que él ya lo tendría que saber”, “Es que se tendría que haber dado cuenta”. Este no saber del otro, es interpretado en clave amorosa: Si no lo sabe es que no me quiere.
Cuando son las miradas y los gestos los que importan, se deja de lado a la palabra. Justamente son las palabras las que atan y desatan al amor. De hecho, son frases las que conducen, la mayoría de las veces, a la ruptura: “Ya no es lo mismo”, “Él no es el que era”, “Se acabó la chispa” o “Él tiene que cambiar y no cambia”. Todas ellas nos remiten a una situación anterior en la que las cosas iban bien y como por arte de magia empiezan a ir mal.
¿Qué es estar enamorado?
Todo ser humano para amar tiene que realizar un trabajo de construcción: carga psíquicamente aquellas personas que configuran su mundo, se interesa por los lugares que habita, construye un sin fin de relaciones que serán más o menos significativas según su grado de carga psíquica. Es fácil verlo en una relación de pareja. En la mayoría de los casos una relación comienza con el enamoramiento. Conozco a esa persona perfecta que me escucha, que es igual a mí, que entiende todo lo que me pasa, esa persona que siempre he estado buscando en el que creo que el otro es maravilloso, donde no faltan los detalles, atenciones, regalos ni palabras de amor. Es simpátic@, agradable, cariños@, detallista y l@ deseo todo el tiempo. El enamoramiento es un proceso psíquico que desemboca en un estado muy similar al de la intoxicación. Freud lo define como un estado de locura transitoria.
Es en la fase de enamoramiento en donde se desatan toda una serie de fantasías en las que le ubico al otro como el hombre o la mujer de mi vida, como el padre/madre de mis hijos, como mi compañer@ para toda la vida. Lo que no se tiene en cuenta es que uno miro a esa persona con las gafas del enamorado. Prácticamente todo lo que veo en él es fruto de una atribución mía. Son rasgos que uno le pone al otro, pero que en realidad están exagerados. Este efecto producto del enamoramiento, acontece tanto en hombres como en mujeres. Sin embargo, en los hombres hay una acentuación de la persona amada, es lo que llamamos la sobrestimación del objeto. Ella es la más inteligente, la más elegante, la más trabajadora y en realidad, estos atributos están magnificados.
Bajo los efectos del enamoramiento el sujeto enamorado se siente pequeño, su amado lo es todo y sin él su vida no tendría sentido. Se vuelve humilde, generoso y complaciente con su pareja. También observamos una disminución de la capacidad de trabajo, está distraído, tiene toda su energía puesta en el objeto de amor y ninguna otra cosa en el mundo parece tener el privilegio de merecer atención.
El enamoramiento remite cuando uno de los dos, o los dos comienza a ver que el otro no es tan estupendo y puede creer que el otro ha cambiado, ha dejado de ser como era… cuando en realidad nunca lo fue. Aquí entra en juego una cadena de reproches sobre algo que nunca existió.
¿Cómo pasar al amor?
Cuando se acaba el enamoramiento, no todo está perdido, puede dar paso al amor. La persona antes enamorada, ahora tiene que realizar un trabajo psíquico. Antes deseaba todo el tiempo comprarle cosas, llevarle a cenar, tener citas, dedicarle tiempo. Ahora no “lo siente” así. Se asocia el no sentirlo con no amarlo y, entonces, se dejan de hacer aquellas cosas que sostenía a la pareja. Ese no sentirlo no tiene que ver con no amarlo sino que tienen que ver con que ha remitido en cierta medida el estado de enamoramiento. Mientras la persona está enamorada viene todo dado. No hay cuestionamiento, todo parece bien, fácil, es mágico, no implica ningún trabajo. Cuando esto finaliza empieza el amor, pero el amor implica un trabajo. Para amar a alguien tengo que pensarlo, para estar enamorado no.
La primera distinción que debemos hacer es aquella que existe entre amor y enamoramiento. El amor es mucho más amplio y duradero y no se reduce únicamente a una persona. En general, se piensa que en todo momento se debe hacer lo que se siente cuando en realidad este es uno de los factores para acabar con la relación de pareja.
Sacrificio, esfuerzo, sufrimiento y renuncia son frases que obstaculizan una relación con la pareja, eliminan la noción de que las relaciones se construyen. El sacrificio y el esfuerzo hablan de una queja, que inmoviliza al sujeto a transformar esa situación. Hay muchas parejas que alargan su tortura en base a un quererse que más que con el amor tiene que ver con el goce del sufrimiento. Parejas que rompen y siempre retoman la relación porque “es que nos queremos”. Se trata de una ruptura que no produce ningún cambio en ellos, sino que vuelven a la misma relación tóxica que tenían antes de que la dejaran.
Toda pareja configura un modo de relación inclinado a armar pactos y encuentros con un alto grado de especularidad. Las palabras ceden el lugar a las miradas o a los gestos que determinan un modo de goce mediante el cual, cada uno satisface sus intereses desde la incomunicación, las injurias, la degradación y el desgano. Se rompe el pacto inicial y uno de los dos ya no está en ese lugar donde el otro lo esperaba. En nombre del amor se tiende a unir dos personas y hacer una, borrando las diferencias, con la fantasía de que son iguales, semejantes con los mismos intereses. Cuando cae el enamoramiento éste puede abrir paso al amor o a la crisis y posteriormente la ruptura. Es preciso subrayar que lo que comúnmente se llama «amor» deriva el mito de la media naranja que considera al ser humano partido en dos mitades, macho y hembra, que en el amor aspiran a volver a unirse. Este amor consistiría en intentar hacer uno de dos.
Muchos desean una pareja perfecta, trasladando el mito de la media naranja a la vida cotidiana, son dos personas que creen ser la una para la otra, si uno de los dos desea algo, el otro sólo con la miraba sabe eso que desea su pareja. Ser todo para el otro, cerrar las ventanas al mundo, convertirse y convertir al otro en parte de uno mismo. Es una de las maneras de traicionar su propio deseo. En la ceguera del amor uno sin darse cuenta puede convertirse en un criminal de su propio deseo: abandona el trabajo, los estudios, un proyecto, para gozar más tiempo de la vida familiar o de la vida en pareja
Es un hecho probado: las parejas se separan, los matrimonios fracasan, la duración de los vínculos se acorta. El nacimiento de un hijo coincide a menudo con una crisis de la unión por ambas partes: al hombre le cuesta encontrar a la mujer convertida en madre, a la persona que se enamoró.
La caída de la ilusión y el deseo, el no saber qué hacer juntos o de qué hablar, ponen sobre el tapete largas discusiones sobre quién ha aportado más por la relación o sobre quién es el/la culpable de la situación actual.
En un montón de parejas que deciden separarse se puede leer que menospreciaron la importancia de la palabra en la construcción del amor y en el sostén de la pareja dando paso a un silencio tan ruidoso que terminan diciendo “él o ella es un desconocido para mi”. ¿Qué ha pasado, en cada uno, entre ese tiempo en el que todo era fantástico y el tiempo en el que no existen los detalles ni los encuentros?
Parejas que se excusan en el paso del tiempo y el desgaste que produce, otros que la rutina los aplastan, o el estrés laboral y el generado por la educación de los hijos. De esta manera dejan de lado el trabajo que llevó llegar al tiempo de la crisis o separación de la pareja. En los tiempos de crisis leemos que lo que se ha perdido fue el proyecto en común, el “nosotros”. Parejas que a lo largo del tiempo no han reformulado el proyecto inicial que los mantenía unidos. Cada uno cedió en su deseo en pro del goce.
Sometiéndose ambos a vivir vidas ya vividas, a no poder ni saber salir de la cárcel imaginaria donde la única elección inconsciente es ser preso o carcelero, a compartir mesa y lecho con el deseo seco hace ya tiempo; haciendo – sin darse cuenta – todo lo posible para que las cosas no cambien, quejándose todo lo que pueden – de que las cosas no cambian.
La consulta a un psicoanalista implica un deseo de salir de la repetición, de la insatisfacción. Llegan personas que se quejan estar atrapados en un círculo de cambio continuo de pareja. Creyendo que el nuevo amor es diferente, único, prometedor, y, en un breve tiempo, se dan cuenta que es inadecuado y decepcionante.